(Artículo de Toni Rumbau, publicado en Titeresante 03/08/2018)

Bajo este nombre alborotador de la compañía se esconde un sano ejercicio de colaboración entre dos titiriteros que trabajan normalmente por separado: el alicantino de Villena Salvador Puche, fiel amigo y discípulo del dramaturgo Gigio Brunello, a quién conoció en su larga estancia en Italia de doce años, creador de la compañía Tracalet Teatre junto con Atzur Aguas, instalados en la localidad de Calaceite, en la comarca del Matarraña, en Teruel, y el castellonense Josevi Pepiol Bello, creador del Proyecto Caravana junto a Cèlia Abraçades, residentes ambos en el Valle del Olba, también en Teruel.

Con ganas de crear un espectáculo de cachiporra, un lenguaje que Salvador Puche conoce bien tras sus varios trabajos realizados con el personaje de Arlequín, no han dudado en inspirarse en una obra del gran maestro Gigio Brunello sobre dos bandoleros que deciden hacerse titiriteros. Un acierto absoluto, al optar por el humor fresco, inteligente y surrealista de este autor, que sabe cómo dar la vuelta a la tradición sin traicionarla.
Pero no basta con escoger una buena obra, sino que lo importante es ponerla en escena con tino y habilidad. Y es aquí donde los del Guantazo han dado en la diana al crear una versión libre del texto de Brunello adaptado a las aptitudes actorales y titiriteras de los dos cómicos, Puche y Pepiol.
De entrada hay que decir que las obras de Gigio Brunello no son fáciles de poner en escena, hay que entender bien su humor y no dejarse poseer por el texto, dando cuerda a la manipulación y a los gags visuales que la obra propicia. Algo que el de Villena conoce a la perfección, pues no por nada ha presentado varias obra suyas, como el genial montaje “La Leyenda del Conejo Volador”, escrita y dirigida por Brunello para los titiriteros Alberto di Bastiani y Salvador Puche.
‘Dos dudosos bandoleros’ arranca con los dos cómicos muy bien caracterizados de rufianes que interpelan al público desde sus roles de bandoleros que no dudan, para salir del apuro en el que se encuentran, en emboscarse como titiriteros.
Presentan de este modo el primer equívoco de la sesión: son unos titiriteros que en realidad no lo son, y que para salir del paso, deciden representar una obra basada en la vida del abuelo de uno de ellos, el bandido Pantxampla.
A partir de aquí, toda la obra es un juego de los disparates a cuál más absurdo y divertido, en el que todos intentan ser lo que son y no son. Esencial que el único rufián de verdad sea un maestro de la tradición, el gran Arlequín (que según los entendidos desciende del mismo Belcebú), tradición que justifica los palos que gusta dar a quién sería propio que los diera, el pretendido bandido que ejerce de Pantxampla.
Pero donde el humor y la frescura se alzan hacia cotas altas del teatro del absurdo es cuando intervienen dos personajes que se intercalan en los tejes y manejes de los dos bandidos, una oveja solterona y un lobo enamorado de la oveja. Una situación que los dos titiriteros del Guantazo bordan para crear un contrapunto genial que de un lado descoloca al espectador, sorprendido del giro del argumento, y del otro lado, le permite situarse en el registro de inteligente comicidad de la obra.
Y es a medida que va avanzando la historia y nos acercamos a su desenlace, que el espectáculo se alza hacia cumbres de una cachiporra que deja de serlo sin dejar de serlo, para convertirse en una preciosa comedia.
Títeres del Guantazo han dado en el clavo al crear una obra que divierte sin ofender la inteligencia del espectador sino, al revés, buscando su complicidad de ser pensante desde la ingenuidad de la mirada del niño que juega a ser adulto, o del adulto que se pone las gafas de niño para reírse de los tópicos y de los lugares comunes. Una obra aún en rodaje que debe limar pequeñas aristas en la primera parte y que está destinada a recorrer los festivales y los escenarios del país en las próximas temporadas.